31 de octubre de 2006

Y van....

Mi hermana Alejandra Laurencich,
acaba de ganar su....¿cúantos ya?
bueno, acaba de ganar un primer premio
con el estupendísimo cuento que acá'bajito nomá, como diría un personaje
sacado de sus novelas,
lo pueden leer:

Creo que es de la Fundación Lebensohn, si mal
no entendí por teléfono.

Auguri Aliushka!
(me encantaría poder leérselos,
siempre, desde chicas,
a ella le gustaba como yo leía
sus cosas a nuestros amigos y a mí
me encantaba leer sus cosas,
me parecían como mías,
como sus hijos, bah...)


El cuento es
La tormenta y la siesta.

Va:


Sabe que ha soñado con una tormenta.
con el vértigo de estar en un sitio alto y desprotegido.
De haber sido arrancada de alguna parte. El teléfono suena desde
hace un minuto en el living pero ella no se levanta.
Está en la cama, en su cuarto, mirando las aspas del
ventilador quieto. Sintiendo ese pavor que enfrenta
cada vez que se despierta de la siesta. Intenta un
repaso de tareas, busca alguna que le dé el impulso
para salir de la cama. El teléfono deja de sonar.
Cierra los ojos. El canto de los zorzales se ha
intensificado igual que el peso que la aplasta contra
la cama tibia. A papá le faltó plata, se dice, y ese
solo enunciado debería enervarla, hacerla saltar de la
cama, buscar los zapatos. Pero no es su único
pensamiento. Porque de él derivan todos los demás,
como una gran familia de palabras. Recuerda los
ejercicios de la escuela. La letra esperanzada y
redonda en su cuaderno. Paraguas. Paragüita.
Paragüero. Paragüería. Paraguayita. Interrumpe la
serie ahí. Se dice que la palabra no deriva de
paraguas sino de Paraguay. Trata de distraerse del
rumbo que toman sus pensamientos, focalizando en lo
absurdo de una paragüería. Eran negocios de otra
época, de manual de cuarto grado. Luisa compra un
paraguas en la paragüería. A papá le falta plata. Y yo
soy su única hija. Y Adela es una mujer mala con cinco
pendejas que toman chocolatada cindor pero no tienen
techo de verdad, ni educación, sólo un televisor
encendido en el programa de parejas de la tarde,
mientras mi papá duerme confiado en su habitación, con
la boca abierta, bajo el retrato de mamá, tan linda y
joven en su vestido de novia. Siente que su madre la
ha abandonado prematuramente. Cómo una madre puede no
pensar que su hija tendrá miedo de bajar de la cama
una tarde de otoño, cómo puede ser incapaz de imaginar
lo que va a significar para ella buscar los zapatos,
ponérselos, continuar viviendo. Voy a tener que ir a
la casa de papá. Adela me a abrir la puerta y con su
tonada paraguaya me va a decir: Pero, cómo se le
ocurre, io soy incapaz. Se me ocurre porque yo también
lo hice una vez, no para la chocolatada de mis cinco
hijas, porque nunca tuve hijos, ni siete, ni tres, ni
medio hijo, sino para comprar dos gramos de cocaína.
La ocasión hace al ladrón, pensé y sólo tuve que tomar
dos billetes de la caja del bar y guardarlos en el
delantal que llevábamos las que atendíamos a los
guiris . Veinte años tenía, y estaba sola en
Barcelona. Veinte años. Había que tenerlos, como diría
mamá que ya para ese entonces estaba muerta y
enterrada culpa de una metástasis feroz. Esa noche me
tomé los dos gramos y una botella de tequila y a la
semana siguiente renuncié al bar, nobleza obliga: aún
a los adictos les resulta intolerable la injusticia de
ver que un arqueo de caja termina en el despido a una
empleada inocente. Porque la que salió perdiendo en
aquel asunto fue la Pomadita, le decíamos así por lo
oscuro de su piel. Era tan buena la Pomadita, y tan
honesta, tan condenadamente honesta. Pero su piel
tenía al menos treinta o cuarenta tonos más de marrón
que la mía. Y se teñía de rubio. Caucásica, había
puesto yo en mi ficha de inscripción, y la Pomadita
había puesto morena. Le endilgaron la ausencia de
pesetas en la caja del fin de semana.
A papá le falta plata. Adela no se va a reír esta vez
como lo hace siempre, con mis chistes raros. Adela va
a llevarse la mano al pecho, esa delantera enorme
donde seguramente se ha guardado el vuelto de los cien
en la farmacia, donde apoya la cabeza de papá cuando
le corta el pelo o le ayuda a hacer los ejercicios de
rehabilitación al compás de un chamamé. Acá falta
plata, voy a tener que repetirle. Y la única que vive
con él sos vos. La única que puede mirar la foto en la
que se lo ve a los diecisiete años, con su camisa
blanca y su boina, y el bombo inmenso que solía
golpear en las procesiones, la única que puede mirar
esa foto y preguntar ¿Y dónde era esto, Don Cesio? y
no quedarse aturdida por la juventud de ese
adolescente que ahora no puede ni mear como la gente.
La única que le limpia las uñas de su mano inútil, de
su pierna quieta, la que abre el pañal y encuentra ese
globo enorme y húmedo por el orín, la única que
puede verlo llorar sin sentir que la vida es una
mierda.
Abre los ojos. El ventilador y sus aspas blancas
proyectan sombras sutiles en el techo. El resplandor
de una tarde de sol. Puede ser que haya llovido
mientras dormía. Ha escuchado llover con intensidad.
Pero ahora no sabe si fue un sueño. Se mira las manos
mientras persigue en su mente aturdida las
obligaciones para el resto del día. Recuerda haber
mirado sus manos, así como ahora, una mañana de su
infancia, después de haber corrido por el jardín de la
casa de verano, persiguiendo al perro que se le había
escapado a un vecino. Sentada en la reposera, a la
sombra del nogal, se había mirado las manos, la
derecha precisamente, y le había parecido la mano de
una mujer adulta. Y se había sentido bien mirando las
venas hinchadas, marcadas como ramas viejas bajo la
piel. Cuando llegue el año dos mil voy a tener treinta
y siete años, había pensado aquél día mirándose la
mano. Y voy a tener esta mano. Ahora la miraba y
trataba de encontrar la satisfacción de haber cumplido
con un sueño. Adulta en el 2000. Ningún otro se le
había cumplido. Ni el de vivir frente al mar. Ni el de
ser una pintora extraordinaria, ni el de tener siete
hijos varones. No se animó a pensar cómo lucirían sus
manos en el dos mil treinta. Ni siquiera en el dos mil
veinte. La preocupación de hoy sólo resta valor para
enfrentar el mañana, decía en algún manual de
autoayuda. Sólo por hoy, se dijo y cerró el puño, y
lo guardó bajo la colcha.
El teléfono comenzó a sonar otra vez. Miró el reloj.
Las cuatro y diez. Hay que levantarse. Si llovió
tengo que barrer el patio y destapar las canaletas. Y
debería llamar a los inquilinos de la oficina y al de
la cochera para avisarles que voy a pasar por el
alquiler. Cómo puede costarme tanto hacer lo poco que
tengo encargado hacer en este mundo. Sólo por hoy.
Buscaba tareas, algo de coraje y voluntad para
sentarse en la cama, para buscar sus zapatos, para
continuar. Tengo que barrer el patio. Tengo que ir a
lo de papá. Hablar con Adela. Miraba por la pequeña
ventana que daba hacia el patio interno de la casa, el
color dorado y rojizo de la amphelopsis saturado por
la humedad del aire, la humedad que dejó una lluvia
que no vio en los sueños. Estamos en otoño, se dijo,
contenta de haber encontrado por fin un indicio de su
vida actual que la apartara del aturdimiento. Tengo
que ir a hablar con Adela y poner las cosas en orden.
Primero podría pasar por la farmacia a preguntar
cuánto cuesta la caja chica de Epamin Forte. Así
después Adela no va a poder mentir ni aprovecharse de
un pobre viejo. Un ramalazo de imágenes interrumpió su
recuento de prioridades. Había soñado con una escalera
esa tarde. Un hombre en lo alto de la escalera. Cerró
los ojos. Ese era el sueño. Había soñado con el último
día que su padre pudo subirse a una escalera. El
teléfono parece sonar más fuerte ahora, como si no
fuera a detenerse nunca. Aparta el acolchado con furia
y camina hasta el living.
-Hola- la voz le ha salido ronca y empastada, como de
hombre.
-¿Con la casa de la señora Virginia?
La tonada le provoca un vuelco en el estómago.
-Soy yo, Adela- dice ella y está a punto de decirle A
papá le falta plata y lo sabés. Hice las cuentas
anoche cuando llegué y.. pero Adela le está diciendo:
-Acá está tu papito que le quiere hablar. ¿Me oís,
señora?
-Sí, te oigo. Pasame con él y después ponete otra vez
al teléfono que te quiero decir algo importante-.
Adulta, se dice. Soy una mujer adulta que puede
enfrentar los problemas sin miedo y sin violencia.
Siente las gotas de sudor que le bajan por las axilas.
Está temblando. Adela le está diciendo a su padre: -Yo
se lo tengo, Don Cesio, hablé nomás.
-Nena... Hola nena.
-Qué pasa, pá.
-Holaaa...
Acerca la boca al auricular y grita: -¡Hola, pá!
¡Hola dije!
-Dónde estabas que te andábamos llamando.
-Qué querés, viejo.
-Escuchame, acá Adela me dice que si me llevás con el
auto el sábado.
-¡¿Adónde quiere que te lleve?!
-¿Eh?
-¿Qué te volviste, tonto, pá? ¡Adónde quiere que te
lleve!
-......
-¡¡Pá!!
Del otro lado se escuchan voces que ella no alcanza a
distinguir.
-¡¡Adela!!- grita con la boca pegada al teléfono.
- Ay señora, disculpá. No sé qué le ha agarrado a tu
papito que se está riendo como un condenado.
-¿Me podés explicar qué es eso del sábado?
-Es que la Pauli cumple quince y le ha dicho a tu
papito que se venga allá, a las casas, vamos a hacerle
una fiesta, con torta y baile. Algo sencillo, pero
como para que tenga una alegría. Hasta el vestido y
todo tenemos ya, vieras lo bonito, como de una
princesa, regalo de tu papito. ¿Lo va a traer con el
auto a tu papá?
-.....
-Señora Virginia...?
Colgó. Se quedó mirando el patio lleno de ramas y
hojas caídas. Un pichón de zorzal había sido arrancado
del nido y arrojado a un charco durante la tormenta.
( Le dedico el post a Blanca, ella sí que sabía cuidar enfermos, eh!?)

4 comentarios:

.ludmila. dijo...

lo acabás de publicar, así que ahora lo voy a leer...
gracias Diana por tus palabras, ayudan mucho en estos momentos, cuando los miedos empiezan a sentirse más parientes cercanos que nunca...
besos!

Danixa Laurencich dijo...

sí lumi, leete el cuento y fijate en los miedos...eternamente nuestros!!!
ja, ja!
un beso, en un rato te visito...

gustavo roldan dijo...

mas tarde voy a leer el cuento de tu hermana. Ahora tengo un dibujo en el tablero que pide a gritos que vuelva porque un chorrito de tinta se está escapando pa'bajo.
Por ahora te quiero comentar que me encantaron tu lista insomne y la máquina tragasueños.

Danixa Laurencich dijo...

¡que no se caiga la tintaaaaaaaa.....!!!!
Gracias Gustavo,es un verdadero honor lo que me decís,viniendo de tal artistazo!
un saludo interoceánico.